Un libro coordinado y compilado por el docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y periodista de La Pulseada, Daniel Badenes, recoge la experiencia política y profesional de las revistas culturales independientes. El trabajo demuestra un sector emergente en la producción cultural del país: en Argentina hay más de 200 publicaciones autogestivas que confirman día a día que otra forma de construir comunicación es posible. A partir de testimonios y métodos de investigación académicos, los textos indagan sobre el proceso autogestivo de las revistas, sus estrategias de financiamiento y sus problemas de distribución. El libro será presentado hoy a las 20 horas en Malisia, diagonal 78 esquina 6, La Plata. El 30 de junio se presentará en #MU. Aquí compartimos la introducción.
Las revistas culturales como sector y como movimiento
Por Daniel Badenes
“El brillo en los ojos de los que están haciendo una revista es una cosa inefable: están haciendo algo que va a tener carácter… es un juego contra la historia” (Noé Jitrik, en Dámaso Martínez, 1993)
“Una revista independiente es una revista que no tiene otros dueños que los que la hacen y que no tiene negocios paralelos más que el periodismo”, dice Ingrid Beck, directora de Barcelona. “Se mueve ideológicamente según sus convicciones, no según criterios económicos”.
Convicción. Vocación. Pasión. Es eso lo que reúne a cerca de 200 publicaciones que actualmente integran la Asociación de Revistas Culturales Independientes de la Argentina (ARECIA). Lo que hacen no es una mercancía. Diversas en sus contenidos y en sus estéticas, todas implican otra forma de producir, que no busca multiplicar el lucro para considerar sostenible a un medio, sino la justa remuneración del trabajo realizado en forma autogestionada. Muchas veces no lo logran, pero siguen adelante: “Sabemos que cada uno daría la vida por lo que hace. Somos acción, intransigencia y rebeldía”, define Claudia Acuña, referente del colectivo Lavaca, que edita Mu: “Por todo lo que mueren los demás, que es el prestigio, a nosotros no nos mueve un pelo. Sí nos mueve y nos podemos llegar a matar si alguien se mete con nuestro producto, porque es nuestra vida. Entre revista y vida, no hay diferencia”.
Lavaca nació al calor de las protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001, produciendo crónicas que circularon por internet. Eran periodistas experimentados cansados de la lógica de los medios comerciales. Organizados en cooperativa, desde 2006 editan el periódico Mu, y además hacen radio, enseñan, editan libros y sostienen un espacio cultural. La idea original de Barcelona también data de 2001, aunque recién salió a la calle en septiembre de 2003, burlándose del diario Clarín y criticando, desde la parodia, al periodismo de la época. Ambos fueron fundadores de la asociación que hoy reúne a centenares de revistas, de distintos lugares y tiempos.
“Las revistas culturales nos hemos constituido como un espacio de legitimación de la palabra, de la investigación, del debate, en donde la ética periodística sigue teniendo valor y la calidad de los productos realizados no tiene nada que envidiarle a los medios hegemónicos”, afirma desde Rafaela, provincia de Santa Fe, el grupo de jóvenes que edita la revista Mural. Son seis. Estudian en la universidad -privada: la única a la que tienen acceso en su ciudad- pero se conocieron en la militancia social y política. “Decidimos hacer Mural porque creemos que en nuestra ciudad al igual que en todo el mundo, se difunde solo una mirada de la realidad, que es la realidad de los dueños de todo, una mirada que invisibiliza muchas otras formas de decir, hacer y pensar”. En Rafaela, Mural es la tribuna de los que quieren otro mundo: “queremos denunciar lo injusto, lo que genera desigualdad y también queremos mostrar los procesos organizativos desde abajo”. ¿Quién los banca? Ellos. “En Mural no hay patrón, no hay editores que dicen que sale o no dependiendo de los intereses económicos de un grupo empresarial. Las decisiones se toman de manera colectiva y democrática. Con la revista apostamos a otra forma de construir y trabajar en un medio”. Cada número de Mural trae el rostro de Silvia Suppo, una sobreviviente de la dictadura asesinada a puñaladas en marzo de 2009. Un supuesto robo. En el pueblo, todos saben otra cosa. Pero nadie dice.
La imagen de Suppo en la contratapa de la revista no es una buena estrategia para salir a vender publicidad. Sí para mostrar que otra comunicación es posible.
En Rafaela hay reglas implícitas para hacer un periodismo “rentable”:
No cuestionar la soja.
No mencionar los agrotóxicos.
No hablar de negocios inmobiliarios.
No investigar el transporte.
Es decir: no hacer periodismo.
La historia se repite pueblo a pueblo. Al igual que las radios comunitarias, allí donde las hay, las publicaciones independientes libran batallas cotidianas contra la monopolización de las voces, los contenidos y las estéticas. Y lo más importante: hablan sin restricciones de política, de género, de música, de filosofía, de artes visuales y prácticas corporales, entre otros temas. Viven de lo que dicen y no de lo que callan, como los grandes medios comerciales.
En Bariloche, los que dicen se llaman Al Margen y llevan doce años dando batalla. Al igual que La Pulseada -la revista de la que formo parte en la ciudad de La Plata- creció junto a un intenso trabajo social con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad. “Al Margen es una organización social que, entre otras actividades, edita una revista de la calle”, define Sebastián Carapezza, el coordinador editorial: “La revista es quizás la parte más visible, pero entre los compañeros se han ido desarrollando otros brazos”. Tienen una cooperativa de construcción, donde trabaja una decena de jóvenes; “El semillero”, donde brindan talleres artísticos y de oficio y hacen actividades culturales en los barrios. Participan de mesas y redes por la niñez y adolescencia, y siempre buscan articular con otros medios de comunicación populares. “Todo eso es Al Margen”, resume Carapezza. “En nuestro caso el proceso se dio a la inversa de lo que marca cierta lógica de las organizaciones. Primero nació la revista y después creció la organización social, la dimensión política. Hoy lo que hace interesante al proyecto es la variedad de actividades que desarrollamos en diferentes planos”.
Los editores lo saben bien: la comunicación es política y todos los medios tienen intereses. La pregunta es cuáles.
Detrás de quienes concentran el panorama mediático hay soja, petróleo, timba financiera, concesiones de aeropuertos y autopistas, minería ultracontaminante, negocios con el deporte y mucho más.
Detrás de las revistas independientes hay organizaciones sociales, centros culturales, cooperativas de trabajo, editores y editoras con vocación por lo que hacen. Tanta, que lo hacen incluso contra los designios contables: cuando los números no les dan, hacen fiestas, organizan crowfoundings, dan talleres, piden préstamos y ensayan proyectos para cuanta convocatoria afín aparece. De esas múltiples estrategias se ocupa Gustavo Zanella en uno de los textos iniciales de esta compilación. En otro capítulo, por su parte, Verónica Stedile Luna afirma:
si algo caracteriza a estas revistas es que sobreviven como tales por la vitalidad de quienes las hacen y las sacan a la calle buscando estrategias para no ser devorados por la maquinaria de las distribuidoras o de la supresión informativa en las redes sociales.
Y agrega:
Por un curioso desplazamiento semántico, el término ´independiente´ ha designado, en este grupo de revistas, un sentido de horizontalidad para el trabajo, donde la agenda se discute en asambleas, así como también una procedencia ´plebeya´ de los fondos con que se financian estos medios (…). Finalmente, la independencia se asocia a una libertad de agenda, pero no respecto de una posición, ya que una revista política no puede pensarse por afuera del compromiso con una idea por decir o una decisión por tomar.
Independientes y autogestivas, entonces, por oposición a las corporativas y patronales. No hablan de “chicas” y “grandes”, como clasifica el discurso del actual ministro de Comunicaciones, Oscar Aguad, quien mientras anunciaba el desguace del poder regulatorio del Estado prometía que iban a “ayudar a los medios más chicos”.
Según calculan año a año los censos de ARECIA, los revistas culturales independientes están lejos de ser marginales: en suma, contando revistas impresas y webs, el sector aglutina un promedio de cinco millones de lectores mensuales, y realiza un aporte significativo a la industria gráfica, que en 2016 ascendió a 4.095.703 millones de pesos por mes, destinados a pymes en distintas regiones del país.
Una mirada de conjunto
Como veremos en el capítulo 3, uno de los grandes méritos de la asociación formada en 2011 fue generar la noción de un “sector” de revistas culturales. A ello han contribuido informes anuales realizados a partir de censos entre sus asociadas. Como se explica en el último documento presentado, “su repetición periódica permite trazar series para observar las transformaciones del sector, que son producto de las políticas públicas o de su ausencia, del avance de las corporaciones económicas” y también del trabajo asociativo.
Al principio, la información de esos censos coexistió y se cruzó con la de una base de datos realizada por la Secretaría de Cultura de la Nación desde 2010. No obstante, la salida de Rodolfo Hamawi de la Dirección Nacional de Industrias Culturales, a fines de 2014, interrumpió ese interés gubernamental por las revistas culturales, y tras el cambio de gobierno en diciembre de 2015 desapareció todo rastro de lo trabajado en la web del Ministerio de Cultura. Los informes de ARECIA son prácticamente la única fuente informativa sobre el sector, aún con sus limitaciones:
- La muestra es representativa, si bien no abarca la totalidad de las revistas culturales. La experiencia indica que entre un 20 y un 30% de las revistas no completan el censo en el tiempo de la convocatoria pero sí lo hacen a posteriori, incorporándose así a los listados de la Asociación. Por ejemplo: el Cuarto Informe analizó 178 revistas, pero meses después eran 220 las revistas registradas en AReCIA. En tanto, en 2014 el censo analizaba 213 asociados pero otros 68 se incorporaron luego del cierre del Informe. En todos los casos, para poder construir una serie comparativa, se toman aquí los números al cierre de cada censo.
Por otra parte, si bien AReCIA constituye la principal entidad representativa del sector, siempre habrá revistas no asociadas, que quedan fuera de la estadística.
Esos informes han acercado una primera radiografía del sector: datos como la periodicidad -la más frecuente es la mensual- y la tirada de las revistas impresas -en promedio, 3100 ejemplares- hasta el esquema de costos, atravesado por problemas estructurales como el acceso al papel, insumo básico que utilizan la mayoría de los editores (salvo las revistas exclusivamente digitales, que crecen año a año) y que presenta aumentos constantes y nunca justificados. Vale decir: sin corporaciones detrás, los editores independientes pagan el papel mes a mes, al contado, sin acceso a financiamientos blandos ni participación en la cuota estatal de papel en lo que refiere a la producción de Papel Prensa.
Otro aspecto interesante es el que apunta a las formas de distribución de las revistas impresas, que revela aspectos dilemáticos del circuito formal -trabajados por Ivana Nitti en la capítulo 5- pero también características que identifican a las revistas culturales. Los editores de revistas utilizan un gran abanico de modalidades para poner en circulación sus publicaciones. Entre ellos, los canales tradicionales -kioscos de diarios y librerías- se muestran como las opciones de menor peso:
- Las estrategias múltiples de las revistas autogestivas combinan suscripción; presencia en centros culturales, universidades, espacios políticos, comercios, consultorios y lugares afines a la temática de cada publicación (sean ambientes titiriteros, comiquerías, asambleas vecinales o clubes deportivos); participación en eventos (ferias, recitales y otros); y reparto mano en mano. Muchos de ellos dan cuenta, asimismo, de “una inherente cercanía y contacto de los editores con sus lectores”. En el capítulo 8, Sofía Castillón aborda esta cuestión en relación a las revistas de poesía, e identifica en los ciclos y festivales literarios no sólo un ámbito de distribución sino también de formación de identidad y de legitimación.
Los informes de ARECIA han permitido también ver el espesor histórico del sector. Si bien el principal grupo de integrantes está constituido por las revistas creadas a partir del 2011 -el año en que se formó la Asociación-, hay otras que tienen varias décadas, como Actualidad Psicológica (1975), Lilith (1978), Qué hacemos (1979), Tiempo Latinoamericano (1982) o Kiné (1992): han visto pasar los gobiernos y sobrevivido a recesiones, inflación y corralitos.
La cuarta parte de las asociadas a ARECIA, de hecho, preexisten a la crisis de 2001 que para muchos aparece como un momento fundante de la cultura autogestiva. En reconocimiento a esa historia, el capítulo 6 propone un repaso por la producción de revistas desde mediados del siglo XX, como parte de la sistematización de la experiencia política y profesional de los editores sin patrón.
En busca de una definición
Ahora bien, ¿qué es una revista cultural independiente? Estamos, sin duda, frente a un sector esquivo a las definiciones.
Difícilmente pueda encontrarse una formulación única y taxativa que abarque a cada uno de los títulos aludidos en la suma de los textos que componen este libro. Podría haberse ensayado una, y luego excluir a toda referencia que no encajara. Sin embargo, fue adrede incluirlas a todas, en lugar de ceder a un rigor clasificatorio que habría otorgado en tranquilidad al investigador lo que quitaba de dinamismo y diversidad al objeto que nos convoca.
Al no haber un único tipo de revista cultural, plantear una “análisis panorámico” puede implicar una decisión epistemológica más que una falencia investigativa. Desde ese punto de vista se construyó esta compilación. Necesitamos en todo caso definiciones amplias, como la que propone Tarcus (2007) a la hora de construir un catálogo,
incluyendo no sólo revistas de literatura (poesía, narrativa, crítica), sino también otros géneros (como revistas teóricas, de teatro, de cine, de música), así como publicaciones de otras áreas de la cultura: revistas de antropología, filosofía, historia, educación y ciencias sociales en general. Las revistas abiertamente político-partidarias y las político-periodísticas se han catalogado por separado. Se han mantenido aquí, sin embargo, ciertas revistas culturales editadas por corrientes políticas, por ser representativas del campo intelectual argentino (…).
Hay además una afectación histórica en la noción de revista cultural, que no se puede pensar ajena a los contextos. Como veremos en el capítulo 6, hubo momentos históricos en los que lo cultural estuvo particularmente atravesado por lo político, en los que resulta difícil trazar el límite entre las revistas culturales-políticas y las revistas sencillamente políticas.
Por otra parte, si la definición es temática -es decir, si lo que hace cultural a una revista son sus temas-, nuestro universo se expande o se restringe en función del concepto de cultura con el que trabajemos. En un sentido antropológico amplio, las problemas ambientales, las cuestiones de género y el debate político pueden ser consideradas cuestiones culturales. Y así se diluye, o al menos se hace porosa, la frontera entre la revista cultural y la revista de interés general.
En el censo que ARECIA realiza anualmente desde 2012, una de las primeras preguntas refiere a las temáticas de la publicación. El cuestionario virtual incluye posibles respuestas: literatura, artes escénicas, artes visuales, ciencias sociales, humor e historietas, música, arquitectura y urbanismo, género. Entre las opciones figura “interés general”. Y lo más llamativo: ¡es la opción más elegida!, seguida por las revistas sobre “Pensamiento y Política”. Recién después vienen las expresiones artísticas típicamente asociadas al periodismo cultural. La suma de quienes responden “interés general”, “política” y “otro” -es decir, lo más inespecífico respecto a “lo cultural” en un sentido clásico- abarca el 60% de las asociadas. En una primera enunciación suena extraño, pero no si lo pensamos dos veces. A la luz de la historia: ¿qué casillero hubiesen marcado Martín Fierro, Sur o Sexto Continente? ¿Cuál Pasado y Presente o Los Libros? ¿Y El Periodista de Buenos Aires, El Porteño, La Maga?
En otras palabras, la sola caracterización temática resulta insuficiente para definir a una revista cultural. Necesitamos echar mano a otras definiciones, que muchas veces tienen que ver con el tipo de mirada. Para Aníbal Ford, por ejemplo,
el periodismo cultural no se define por el campo -como lo puede ser el periodismo especializado en la literatura, la plástica o el cine-, aunque los influya, sino por una especial manera de ver -que en cierta medida no es ni la específica de la sociología, ni de la antropología, ni de las ciencias sociales, ni tampoco de la estética- cualquier práctica social (…) Esa manera de ver que nos lleva a reparar en las estrategias comunicacionales, en las retóricas, en los sistemas de conocimiento -como construcción de sentido, percepción, memoria, anclaje, conjetura-, tanto en una obra de vanguardia cinematográfica o literaria como en una charla cotidiana, en la invención tecnológica, en los subsuelos epistemológicos de lo político, en la historia de un río, en el humor, en las invenciones para sobrevivir o en cualquiera otra costumbre, mentalidad o como quiera llamársele, ´jailaife´ o ´rante´, referente a cómo razonamos y le damos sentido a la vida y la muerte.
Desde este punto de vista, pues, hacer una revista cultural sería algo así como practicar el enfoque de los estudios culturales -en su sentido más transdisciplinar y más político- en el abordaje y la construcción de una agenda pública. Hay también una vocación de intervención; como proponía Noé Jitrik en un debate sobre revistas culturales realizado en 1992:
…tengo que tratar de explicarme por qué queremos hacer revistas, qué nos mueve, sea cual fuere su destino. A mi me parece que es algo así como una voluntad de participación, un deseo de ser vehículo de algo. Y este sería el aspecto más legítimo de esta estructura que se llama revista de cultura: ser vehículo de algo. Y eso implica un rasgo de generosidad.
Llegados a este punto emergen otras ideas, como la de las revistas como bancos de prueba y las nociones de comunidades y de redes; la necesidad de enfocar las revistas como estructuras de sociabilidad y formas de participación. Otra clave, así, es la noción de militancia o de proyecto de intervención.
En todos esos aspectos subyace una definición donde lo cultural se opone a lo comercial. La revista cultural es una revista que no se construye a partir de la lógica de la mercancía, lo cual no quiere decir que no tenga precio de tapa, o que no incluya publicidad en sus páginas.
En esa oposición a lo comercial hay una proximidad al movimiento de los medios comunitarios, expresión que desde mediados de los ´80 tiende a estar asociada a experiencias de radio. Revistas culturales, radios comunitarias, televisoras alternativas se emparentan en una condición sin fines de lucro y en proyectos que, aún con una gran pluralidad ideológica, intervienen como formas de democratización de la palabra.
En los últimos años, en parte por el peso que tuvo el debate social de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en la definición de la agenda y en parte por el interés que despierta la innovación tecnológica, dentro del campo académico de la comunicación el estudio de los medios estuvo centrado en los audiovisuales.
Basta repasar las ponencias presentadas en las principales jornadas realizadas en 2016. Entre los casi 600 trabajos recibidos que suman el Congreso de la REDCOM -el más numeroso-, la jornada de la Red de Investigadores y el encuentro nacional de FADECCOS, las investigaciones sobre revistas se cuentan con los dedos de una mano. Y en todas ellas, la revista es el lugar donde analizar otros problemas: la sátira política, los discursos sobre el género, el periodismo literario. No hay ningún análisis sobre la práctica profesional del editor ni se encara una economía política de las revistas, problemas a los que buscará aproximarse este libro.
Una ecología de saberes
Como se puede advertir en el apartado que presenta a los autores, casi todos los investigadores e investigadoras que participamos de este libro somos, también, hacedores de revistas. En rigor, podría decirse que las inquietudes que se plasman aquí vinieron desde afuera de la academia. Algo que nos remite a la noción de ecología de saberes propuesta por Boaventura de Souza Santos, que es “por así decirlo, una forma de extensión en el sentido contrario, desde fuera de la universidad hacia adentro. Consiste en la promoción de diálogos entre el saber científico y el humanístico, que la universidad produce, y los saberes (…) que circulan en la sociedad”.
El recorrido realizado dentro de la Universidad Nacional de Quilmes es ilustrativo en ese sentido. Empieza en 2011, cuando con un grupo de docentes, graduados y estudiantes armamos el proyecto de extensión que adoptó el nombre “El sur también publica”, para contribuir a la “construcción y fortalecimiento de redes de medios” gráficos ajenos al circuito comercial. La iniciativa buscaba mapear e iniciar un trabajo conjunto con “periódicos comunitarios, revistas ´de calle´, publicaciones culturales independientes, diarios escolares, etcétera” de la región donde interviene la universidad. Pocos meses antes se había conformado la Asociación de Revistas Culturales Independientes, con la que establecimos una fructífera relación: desde entonces, “El sur también publica” acompañó cada Foro organizado por esa entidad, que en 2016 decidió hacer su encuentro anual en la propia universidad, junto a la sexta edición de nuestra Fiesta del Libro y la Revista. También fue la UNQ la primera institución académica donde se debatió el Proyecto de Ley de Fomento promovido por las revistas culturales asociadas.
En 2013, cuando en una nueva convocatoria de proyectos renovamos la apuesta de “El sur también publica” -con más participantes y más avales sociales-, en el ítem titulado Impacto institucional esperado, escribimos un nuevo objetivo: “Instalar la problemática de la edición independiente y autogestiva de libros y revistas en la agenda académica, propiciando su tratamiento en los cursos donde sea pertinente y la formación de futuras líneas de investigación”.
Desde entonces, cada año la materia de Derecho de la comunicación presenta la situación de las revistas autogestionadas; como también el curso de Periodismo y Géneros Narrativos las ha adoptado como objeto de trabajo con gran interés. En el campo de la investigación, donde las revistas estaban prácticamente ausentes como objeto de estudio, en 2015 se acreditó un primer proyecto vinculado al tema en el marco del programa Tecnologías Digitales, educación y comunicación. Pero fue la convocatoria especial de proyectos “orientados a la Práctica Profesional” para 2016-2017 la que nos animó a proponer una “sistematización de la experiencia político-profesional de las revistas culturales independientes”. Allí advertimos:
(…) Son escasas las aproximaciones que abordan al sector en tiempo presente, atendiendo en forma articulada a la estructura económica del sector, la organización social del trabajo profesional y sus formas de asociatividad. Abordarla de esta manera implica pensar la edición cultural independiente como un movimiento, caracterizado por su diversidad pero también por una acción disruptiva de conjunto en relación al ´mercado´ de diarios y revistas.
En el mismo proyecto escribimos que las prácticas profesionales de este sector “pueden definirse como ´sin patrón´ en un doble sentido: por un lado, por el carácter autogestivo de estos emprendimientos; por otro, por ser espacios de innovación en términos profesionales, que lejos de repetir moldes o esquemas preestablecidos, constituyen laboratorios de nuevas narrativas y estéticas”.
A partir de esas ideas se organiza este libro. La primera parte está dedicada precisamente a pensar la autogestión y la asociatividad de las revistas culturales desde distintos puntos de vista. En el capítulo inicial, Lucas Pedulla piensa una praxis autogestiva que se asocia, en la voz de los actores, a valores de horizontalidad, solidaridad, compromiso, no alienación ni explotación, periodismo digno (un fragmento de este capítulo puede leerse en Revista NaN: http://lanan.com.ar/autogestion-periodismo/). El texto sintetiza los principales aportes de su tesina de licenciatura, uno de los pocos trabajos enfocados en esta temática. Allí, las nuevas formas de convivencia y las formas éticas de trabajo aparecen como desafíos en un proceso no exento de dificultades, asociadas a la perduración de un “habitus salarial” que impregna las prácticas cotidianas.
El desafío tampoco es sencillo desde lo económico, y allí pone el foco el segundo capítulo, dedicado a las estrategias de financiamiento -en muchos casos, de subsistencia- de revistas que, como se dijo alguna vez con ironía, no tienen fines de lucro pero tampoco quisieran tener fines de pérdida. El texto de Gustavo Zanella, además de un análisis de las fuentes de ingreso de los colectivos que editan revistas independientes, confirma dos rasgos característicos del sector: la creatividad y la vocación. A diferencia de los gerentes de las corporaciones que publican revistas, estos editores y editoras dejan la vida en sus proyectos: eso es parte de lo que hace del sector (económico) un movimiento (social), junto a la voluntad de tejer redes y encontrarse con otros, que ha dado lugar a la formación de ARECIA. El tercer capítulo, en este sentido, da cuenta de la asociatividad entre revistas, que no empieza con la organización formada en 2011, aunque la historia encuentra en ésta la experiencia más duradera y afianzada. Y se resume en un lema reiterado: “Nosotros no competimos, compartimos”.
Buena parte de las razones y el trabajo de la Asociación de Revistas Culturales Independientes están vinculadas a cuestiones estructurales que condicionan y asfixian al sector. En la segunda parte del libro, dos estudiantes de la Maestría en Industrias Culturales abordan algunos de esos problemas. Sofía Castillón sintetiza la cuestión regulatoria y repasa distintas leyes y decretos que atañen a los medios gráficos desde la sanción de la Constitución en 1853. La autora incluye en su recorrido al Estatuto Periodista Profesional, una gran conquista de los empleados de prensa, aunque reconoce la dificultad de la legislación para comprender y amparar” el trabajo sin patrón. Por su parte, Ivana Nitti profundiza la problemática de la distribución de diarios y revistas, cuyos mecanismos tradicionales hoy están cartelizados y son una barrera para las publicaciones independientes.
Ambos trabajos son un llamado de atención sobre la escasa regulación del sector, que equivale a la vigencia de la “ley del más fuerte” y atenta contra la libertad de expresión. Vale la pena traer este debate aquí, ya que a diferencia del ámbito del audiovisual y las telecomunicaciones, donde la necesidad de que el Estado intervenga está ampliamente asumida -debido a la finitud del espectro radioeléctrico-, no hay tanto consenso en relación a las industrias de la edición continua. Sin embargo, como hemos planteado en un artículo reciente, tanto el papel como los sistemas de distribución pueden ser considerados facilidades esenciales, según una expresión que tiene más de 100 años en la doctrina antimonopolio norteamericana y que llama la atención sobre los abusos en relación a activos e infraestructuras que son indispensables. Es necesario, pues, un Estado que regule, que fomente, que distribuya los recursos en un sentido progresivo.
El problema del papel tiene larga data para las revistas. En la década del ´40 fue un gran tema la escasez del papel -en su mayoría importado-, que el peronismo intentó regular emulando la interesante experiencia de Lázaro Cárdenas en México, lo que profundizó un estigma por el “control de los medios” cuya aplicación selectiva en varios trabajos de la historia disciplinar aún no sido problematizada seriamente. En los ´60 y ´70, distintas editoriales se ocuparon de problemas en el sistema de distribución, que la mayoría de las veces buscaron ajustar por el más débil: las publicaciones independientes.
Algo de esa historia se recupera en la tercera parte del libro, con un texto que traza un panorama de las revistas políticos-culturales desde la década del ´50 hasta la actualidad. Este largo capítulo es tributario de una serie de clases dictadas en el curso “Revistas Culturales Argentinas” que propuso la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la UNQ en el ciclo lectivo 2016, y encuentra un antecedente también en la muestra gráfica “Andamios, barricadas y refugios” preparada para la quinta edición de la Fiesta del Libro y la Revista y convertida luego en itinerante. En esta versión ampliada, más de cien títulos pincelan un mapa siempre inacabado, que se detiene en algunos hitos clave, repara en trayectorias que unen unas etapas con otras, y repone la historia que subyace a muchos dilemas con plena actualidad, incluida la discusión -también inacabada- sobre el carácter “independiente” de una publicación.
La mirada a la historia ayuda a comprender también la gran diversidad señalada antes sobre el sector, que no se define en una cuestión temática y tampoco de escala. Basta desempolvar, a modo de ejemplo, el aporte que llevaron Sylvia Schulein y Soledad Robina al seminario “Comunicación y Pluralismo: alternativas para una década” organizado en 1982 por el Instituto Latinoamericano de Estudios Trasnacionales (ILET) en México, que constituye un hito en los debates sobre comunicación en América Latina. Aquel encuentro constató una multiplicidad de experiencias de comunicación popular “capaces de hacer de la información un bien social más que un artículo de consumo mercantil”. Por entonces se usaba la expresión “prensa alternativa”. Las autoras señalaron que para el caso argentino:
Existen revistas de dos o tres páginas producidas por grupos de campesinos u obreros que no llegan a tirar 200 ejemplares y hay otras, similares en su formato y calidad a las revistas del sistema, que tienen una circulación de más de 200.000 ejemplares como la revista ´Humor´ de Argentina. ¿Qué es lo que tiene en común ´Humor´ con una revista de barrio para que ambas integren esta dimensión de revistas alternativas? La respuesta es que a pesar de los variados contextos que expresan, estas publicaciones responden a las necesidades sociales profundas, no siempre homogéneas en la medida que incluyen a diferentes sectores sociales, pero planteando situaciones y problemáticas que no son recogidas por los medios dominantes del sistema. (Schulein y Robina, 1983: 156)
Desde esa necesidad profunda es que siempre aparecen nuevas publicaciones. La vocación persiste socialmente. Como escribe Stedile Luna, “las revistas siempre se están haciendo, como fantasía, deseo, planes, índices, o en los trotes tiranos de una deadline”. Cada revista esboza una comunidad. Y si siempre fueron laboratorio, hoy más que nunca, en tiempos del fin del periodismo, son espacios de innovación en el campo de la escritura, de búsqueda de otros posibles, de práctica genuina frente a una profesión devenida en engranaje de operaciones que la exceden.
De eso habla la cuarta y última parte del libro, al analizar las prácticas y las texturas de revistas que ejercen un periodismo digno, publicaciones de poesía que le dan aire a la palabra y otras que despliegan el ensayo cultural para pensar la época. Estas ediciones sin patrón -nos dice Cora Gornitzky- incorporan otra mirada: “Rompen con el periodismo de fuentes autorizadas, inauguran nuevos puntos de vista, relatan desde otra geografía los mismos acontecimientos (…) Con rigor narrativo, con una poética innovadora, con nuevas preguntas, toman riesgos estéticos y políticos para abrir lo que el poder obtura”.
Tiempo atrás, la editora de Mu Claudia Acuña nos dijo en una entrevista: “Para mí este momento es una fiesta: antes, hacer periodismo era repetir una fórmula; ahora, hacer periodismo es crear algo nuevo”. Con este libro queremos contribuir a ese emergente, no por la fascinación que genera la novedad -muy común en la academia- sino por la convicción de que involucra algo profundamente transformador. Apostamos así a esa ecología de saberes que nos confirma la pertinencia social de nuestras prácticas y nos hace proyectar también una Universidad capaz de resquebrajar sus propios moldes.